EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 13 de marzo de 2016

LA CONVERSIÓN

 
Cuando llega la cuaresma recuerdo los dos meses que pasé en un monasterio de la orden del Císter. De mis anotaciones sobre lo ocurrido en el transcurso de aquellos días hoy quiero recuperar algunas líneas para este blog.
 
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28 de marzo de 2010 (Domingo de Ramos).
 
Hoy he leído un fragmento de la vida de San Ignacio de Loyola. Frente al río Cardoner, tuvo la siguiente experiencia:
 
«Estando allí sentado, se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de la fe y letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas».
 
Esa es, según parece, la experiencia del cambio de mirada, la experiencia de la conversión: se hace la luz y en ese instante todo adquiere un sentido nuevo.
 
 
Hoy he llegado a una conclusión. Creo que es la única certeza a la que he podido llegar en estos días: en lo profundo de mi ser, tengo miedo a vivir. De este hecho se deriva una necesidad: la de vivir en una eterna adolescencia. A fin de cuentas el adolescente es alguien al que aún no se le exige tomar decisiones vitales; para el adolescente, todas las vías permanecen abiertas. Pero vivir en la eterna adolescencia sólo es posible si no se crece, sólo es posible si no se avanza.
 
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29 de marzo de 2010 (Lunes Santo).
 
Hoy he comenzado a leer uno de los libritos que me dejó el maestro de novicios el primer día. Se trata de una guía para el discernimiento vocacional monástico. Este librito no me es desconocido ya que tuve la ocasión de leerlo hace casi dos años. En aquella ocasión aprovechaba unos días para viajar por el norte de España, albergándome en las hospederías de diferentes monasterios. En uno de ellos, un monasterio femenino, la hospedera me lo ofreció para que lo leyese los días que estuve allí.
 
Me divierte recordar las circunstancias en las que me lo ofreció.
 
Ya son muchos los años que paso algunos días de mis vacaciones yendo a monasterios para apartarme del ruido, las prisas de la ciudad y los lugares de vacaciones usuales. Al entrar en la capilla, tengo por costumbre hacer una reverencia frente al altar, al estilo de los monjes. Un día en el comedor, la hospedera me preguntó: «¿tu has sido monje?». Y ante mi expresión, entre la risa y el asombro, ella añadió: «te lo digo porque tienes una forma de inclinarte al entrar en la capilla que es muy de monje. Yo no se lo he visto ni a los curas que vienen por aquí a pasar unos días de retiro. ¿De veras que no te has planteado ser monje?».
 
¡Hay que fastidiarse! ¡Como si los gestos y las reverencias fuesen indicativos de una vocación monástica!
 
Ya puesta en la pastoral vocacional, aquella monja me entregó este manualito, el que nuevamente tengo entre mí manos. Esta vez lo hago en nuevas circunstancias. Es bueno que lo vuelva a leer en este momento. Quizá pueda darme alguna pista para hallar alguna respuesta.
 
Aún recuerdo las dos frases con las que se encabeza el primer capítulo de este libro. Ambas son de San Bernardo y hablan sobre la conversión. La primera dice así: «La conversión del corazón no es obra de los hombres, sino de Dios». La segunda es la que más me gusta: «La conversión no se realiza en un solo día. ¡Ojalá pueda llevarse a cabo a lo largo de nuestra vida!»
 
 
 
 

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