EL BLOG SE PRESENTA...

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Al cumplir los cuarenta, mi creador comenzó a hacerse las típicas preguntas asociadas a aquella edad: «¿qué he hecho con mi vida hasta ahora?», «¿qué pienso hacer a partir de ahora con ella?». Esas cuestiones fueron el motor de un blog con un carácter más bien “autobiográfico”, una suerte de “registro de recuerdos” que pretendía anotar algunas de sus vivencias personales y su impacto en él. Sin embargo, aquellas primeras páginas se expresaban en función del autoconcepto y el estado de ánimo del autor. Si ambos eran bajos, el estilo de cada publicación traslucía ese sentir.
Con el tiempo, aquel proyecto acabó en vía muerta.
Dos años después, mi autor retomó aquel cuaderno de bitácora para reconstruirlo desde sus cimientos e intentar corregir sus defectos. ¡Y nací yo!
En mis inicios, fui un medio para satisfacer el deseo de compartir vivencias y reflexiones personales, así como textos y vídeos variados que gustaban a mi creador. Este navío quería traer a puerto todas aquellas mercancías que pudieran enriquecer a los que paseasen por sus páginas.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta que soy todo eso y algo más. Si, sigo siendo el saco en el que se introducen todas aquellas vivencias, reflexiones, textos y videos que han enriquecido de una u otra manera a mi autor. Pero además, combinando palabras propias y prestadas, me estoy convirtiendo en el relato de un itinerario en el que mi creador describe su transformación. En mi se ha reunido todo aquello que ha formado parte (de alguna manera) de un proceso de ensanchamiento humano y espiritual, un proceso de evolución que aún continúa.

¡Bienvenidos!


domingo, 10 de enero de 2016

MI REINO POR… UNA MIRADA

Continúa desde El grito en el silencio
 
Hace más de cinco años consideré la posibilidad de hacerme monje y viví dos meses en un monasterio de la orden cisterciense para probar ese tipo de vida. De mis anotaciones diarias sobre lo que me sucedía allí, hoy quiero recuperar algunas de sus líneas para este blog.
 
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21 de marzo de 2010 (Quinto domingo de Cuaresma).
 
Hasta llegar aquí, nunca he llegado a comprender muy bien el sentido de la exposición del Santísimo, que sólo ha sido para mí una ceremonia en la que me colocaban delante el pan consagrado para contemplarlo. Al final, necesitaba rellenar ese espacio de tiempo con una lectura para no tener la sensación de estar perdiéndolo. Era incapaz de ir más allá. Sin embargo, la exposición ha adquirido un significado nuevo desde que estoy aquí, aunque creo que la cosa ya empezó antes.
 
Hace unos cuantos meses visité otro monasterio cercano a Madrid con dos amigos. Son un matrimonio muy especial. El es invidente y ella sólo conserva visión parcial en uno de sus ojos. Para ellos el momento de la exposición del Santísimo tampoco tenía mucho sentido, ya que siempre lo habían entendido como un acto puramente visual y al que nadie les había aproximado de otra manera. Era lógico pues que dos invidentes no supiesen qué hacer con ese momento.
 
Aquel fin de semana, el superior del monasterio les dejó acercarse para poder palpar la custodia, así podrían tener una “imagen” táctil de aquello que los demás podemos ver sin problema. Además aquel monje les habló de algo que había aprendido observando a la gente en ese momento de oración: muchos permanecían con los ojos cerrados. Así pues, lo que lo esencial no estaba en el mirar, sino en el sentirse mirados. ¡Y creo que hasta hoy no he sabido entender estas palabras!

 
Todos los domingos, después de las vísperas, los monjes tienen aquí la exposición del Santísimo. Mi primer domingo en este monasterio sólo pude cerrar los ojos y adentrarme en mis pensamientos, ya que no tenía ningún libro a mano para pasar ese rato. Entonces acudió a mí la imagen de aquel fin de semana que compartí con mis amigos invidentes. Fue curioso, pero una extraña sensación de calor se posó en mi pecho. Sentía cercana a aquella pareja, pero esa cercanía no se quedó sólo en ellos, sino que se extendió a muchas otras personas conocidas. Me envolvió un extraño sentimiento de “comunión” con todos ellos. Esa es una de las dimensiones de la eucaristía: la comunión, y yo la estaba “sintiendo” en ese preciso instante.
 
Después de aquella tarde, reconozco que me gustan cada vez más estos momentos de exposición. Sin embargo, el pasado domingo hice un curioso descubrimiento. Todo comenzó cuando ese mismo día leí estas líneas:
 
Cuando nosotros miramos a Dios podemos reducirlo a la estrechez de nuestro ángulo de mira, dejando en la sombra dimensiones fundamentales de su misterio vuelto generosamente hacia nosotros; podemos apresarlo en nuestras limitadas imágenes religiosas del pasado que nos acompañaron en un trayecto del viaje, pero en las que ya no cabe la nueva etapa que iniciamos. Lo más importante es que Dios nos mire y que en su mirada descubramos cada día la novedad que es él para nosotros y que somos nosotros llegando desde él.
 
La idea de las miradas rondó mi cabeza toda esa tarde. Al final de la misma, como de costumbre, volvíamos a tener exposición del Santísimo. En esta ocasión me imaginé saliendo de mi cuerpo y observándome desde fuera. Allí me encontraba yo, de rodillas, sentado sobre mis talones con las manos reposando sobre el regazo palmas arriba, con los ojos cerrados y una expresión de paz en el rostro. En esta imagen me deleitaba, pero no quise detenerme ahí y continué paseando con mi imaginación por la capilla. Los monjes se encontraban también en actitud orante. Uno de los hermanos abría por un instante los ojos saliendo de su oración, y me observaba. Y mi imaginación me introdujo en su mente por un instante. «Fíjate –se decía–, ¡qué expresión de paz, de serenidad, de profundidad contemplativa!». De golpe, el recuerdo del texto que había leído unas horas antes me hizo volver a la realidad: «lo más importante es que Dios nos mire». ¡Y, sin embargo, lo que más me importaba en ese instante era cómo me podrían estar viendo los demás! Ahora en mi interior sólo oía una carcajada.
 
Y es que, cuando era un niño, yo quería ser de mayor superhéroe. Crecí lleno de complejos, ya que los compañeros de colegio me hacían centro de sus burlas; pero, al mismo tiempo, para intentar compensarlos, también creció en mí el sueño de ser no sólo mirado, sino admirado por los demás. Ahora que ya soy mayor, me gusta imaginarme como un maestro en su cátedra, enseñando a un grupo de discípulos deslumbrado por mis palabras o mis gestos. Y cuando lo que imagino pasa a convertirse en una realidad, bien sea dando un curso, o haciendo una aguda reflexión en alguno de los grupos de la parroquia, o diciendo “ingeniosidades” de las mías para provocar unas risas, mi satisfacción llega a su máximo límite.
 
La mirada de los demás: esa ha sido una de mis mayores preocupaciones en esta vida, y que esa mirada no sea de reproche o de desprecio, sino de complacencia.
 
De estas cosas he hablado esta tarde con el maestro de novicios. Y como hoy domingo hemos leído el evangelio de Juan sobre la mujer adúltera, me ha invitado a hacerme la siguiente pregunta: «¿puedes imaginarte cómo pudo haber sido la mirada que Jesús dirigió a aquella mujer tras salvarse de ser apedreada?».
 
Releo una vez más las líneas del pasado domingo: «Lo más importante es que Dios nos mire y que en su mirada descubramos cada día la novedad que es él para nosotros y que somos nosotros llegando desde él». Se parece a aquello que un día le dijo un joven con una deficiencia física a su novia: «cuando tú me miras, en tus ojos yo no me veo enfermo».
 
He ahí un sentido para la contemplación: de lo que se trata es de ser mirado por Dios, descubrir y aceptar lo que El ve en mí, y ser aquello que El ve en mí.
 
 

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